Observe el plano de cualquier ciudad construida antes de la existencia del ferrocarril y podrá rastrear la influencia de la comida. Está grabada en todos los planos urbanísticos anteriores a la Revolución Industrial: todas las ciudades tienen el mercado en el centro y hay caminos que llevan hasta él como arterias que transportan el torrente sanguíneo.
Fue tras leer esta premisa cuando quise leer Ciudades hambrientas (*), de Carolyn Steel. «Cómo el alimento moldea nuestras vidas» me parecía un subtítulo de lo más atrayente. Quería saber más sobre esto que, puesto negro sobre blanco, parece tan evidente.
Tras leerlo me he encontrado con uno de esos libros que una quiere subrayar hasta la extenuación.
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