Observe el plano de cualquier ciudad construida antes de la existencia del ferrocarril y podrá rastrear la influencia de la comida. Está grabada en todos los planos urbanísticos anteriores a la Revolución Industrial: todas las ciudades tienen el mercado en el centro y hay caminos que llevan hasta él como arterias que transportan el torrente sanguíneo.
Fue tras leer esta premisa cuando quise leer Ciudades hambrientas (*), de Carolyn Steel. «Cómo el alimento moldea nuestras vidas» me parecía un subtítulo de lo más atrayente. Quería saber más sobre esto que, puesto negro sobre blanco, parece tan evidente.
Tras leerlo me he encontrado con uno de esos libros que una quiere subrayar hasta la extenuación.
Hubiera tomado un cuaderno entero de notas si no fuera porque el ansia de leerlo era mayor, y lo de parar a tomar notas entorpece un poco la lectura fluida.
Por eso lo he releído a vista de pájaro para hacer esta pequeña reseña en la que pretendo enseñarte algunas de las enseñanzas que vas a encontrar en Ciudades Hambrientas (*) a través de 5 citas.
No creo necesario decir que en un libro de más de 400 páginas, tan bien escrito y documentado, vas a encontrar muchas más cosas. Estas son sólo las que he decidido reseñar aquí, por no hacer una tesis doctoral (aunque me hubiera gustado) y porque son las que veo más relacionadas con el medio ambiente y la vida sostenible y responsable.
Ten en cuenta, también, que este libro está escrito acerca del Reino Unido. En ocasiones se dan ejemplos de otras ciudades, de la antigüedad, del mundo moderno y del contemporáneo, pero en general está escrito con datos de ese país. No obstante, todo aplica a este mundo globalizado y estoy segura de que reconocerás cada dato y cada ejemplo. Al final somos lo mismo.
Estas son algunas de las enseñanzas que encontrarás en Ciudades Hambrientas
Encontrarás que… nos hemos desconectado del alimento que comemos cada día
Si vives en la ciudad el sentimiento de desconexión es tan grande que pocas veces unimos lo que vemos en los mostradores de alimentos con lo que pasa en el campo, en las fábricas, en los barcos de pesca o en los mataderos.
Nos hemos acostumbrado tanto a comer barato que pocos nos preguntamos cómo es posible, pongamos por caso, comprar un pollo por menos de la mitad de lo que cuesta un paquete de cigarrillos. Aunque, si nos paráramos a pensarlo un instante (…), enseguida averiguaríamos que la mayoría nos mantenemos al margen de estas revelaciones clarificadoras. Es como si la carne que nos metemos en la boca no guardar ninguna relación con el ave viva. Sencillamente, no establecemos esa relación.
Pág. 35
No hablo sólo de la carne y el pescado, aunque en estos dos casos es mucho más evidente. También nos pasa con cualquier fruta o cualquier verdura.
Y aunque los ejemplos de precios que aparecen en esta cita en concreto quizá no se ajusten a la realidad de tu país, sí que puedes pararte a pensar cómo es posible que un pollo cueste tanto, o X veces menos que… lo que sea. Ponlo en relación con cualquier otro producto, quizá te valga la cajetilla de cigarrillos también, y dime si crees que tiene sentido.
Encontrarás que… no pagamos el coste total de nuestros alimentos
Nuestros alimentos pueden parecer baratos, pero se debe únicamente a que el precio que pagamos no refleja su verdadero coste. Los daños se observan por todas partes.
Pág. 92.
Voy a traer a tu mente un ejemplo.
Piensa en una lata de aceitunas.
Una lata mediana.
Piensa en los céntimos que cuesta en tu supermercado.
Ahora piensa en las aceitunas que van dentro, en el envase mismo y en los materiales que hicieron falta para producirlo; en la mano de obra que recogió la aceituna, que la limpió, que la preparó, que la envasó, que la trajo hasta ti, que la colocó en un estante, que te la ha cobrado en la caja.
No olvides la gasolina de todo el proceso, desde el inicio hasta el final.
Piensa si crees que los céntimos que pagaste cubrirán todos esos costes y, no ya sólo esos, sino los otros costes ocultos que no vemos (como los daños a la tierra por utilizar fertilizantes para que los olivos den cosechas más grandes). Piensa si crees que se cubren, por más que se den economías de escala.
Compramos barato porque hay costes que no estamos pagando. Ya sean medioambientales o personales, que a veces también, algo se nos queda en el camino para comprar a estos precios.
Encontrarás… cuál es la principal característica de los supermercados: ser precisos como relojes suizos.
En una cierta parte del libro, Carolyn Steel habla de la sustitución de los pequeños comercios de Reino Unido por versiones pequeñas de las mayores cadenas de supermercados del país. Como te decía arriba, este es uno de esos rasgos que puedes reconocer en tu ciudad, aunque el libro tenga como protagonista al Reino Unido.
Tras ponernos en situación, llega un momento en que comenta:
Tal vez no nos guste la adquisición de nuestro sector minorista por parte de las grandes empresas, pero nos encanta poder comprar salmón fresco o lasaña precocinada a las once en punto de la noche, los siete días de la semana en un Tesco Metro o en un Sainsbury’s local. Se ajusta a nuestro estilo de vida moderno. Los procesos que lo hacen posible —capaces de hacer aparecer un salmón de un lago escocés, limpiarlo, envasarlo y enviarlo para que llegue en perfecto estado al mismo tiempo que una lasaña de origen completamente diferente — son casi milagrosos. Lo que distingue a los supermercados es la capacidad de hacerlo de forma barata y fiable, una semana sí y otra también, en plena noche y cuando no es temporada. Su verdadero poder no reside en haberse apropiado del sector minorista, sino en el control que tienen de la cadena de abastecimiento alimentario.
Pág. 109
¿No es real como la vida misma?
Cuando vamos a un supermercado esperamos que haya de todo, a cualquier hora, en cualquier momento.
En los tiempos más duros del confinamiento íbamos a la compra y volvíamos asombrados de cómo estaban algunas estanterías que, lejos de estar desabastecidas, tenían mucha menos variedad de productos que habitualmente.
Nos hemos acostumbrado a un ritmo frenético de abastecimiento de productos, algo que los gigantes de la alimentación, por cierto, hacen divinamente, pero esto es muy costoso, es una verdadera proeza (logística, medioambiental y laboral) que damos por hecho porque algunos lo hemos visto desde siempre. Yo, por ejemplo.
Esas estanterías siempre llenas, repletas de productos perfectos, que nos den sensación de seguridad, generan también enormes cantidades de desperdicio alimentario. Otra cara de esta moneda que también se comenta en el libro.
Y la realidad tras esto es que, lejos de estar seguros, estamos vendidos.
Encontrarás precisamente esto… que estamos vendidos, y en realidad muchas cosas pueden salir mal
Lejos de tener que esperar con angustia junto al muelle para ver si llega nuestro barco, ahora hay tanta comida danzando por las ciudades occidentales que es más probable que la mayoría de nosotros muramos de obesidad que de hambre. Los supermercados nos bombardean con ofertas de 2 x 1 y la comida que nos llevamos a casa nunca parece estropearse. ¿Qué podría salir mal?
La respuesta más rápida es la siguiente: casi todo. (…) Dependemos de los gigantes de la alimentación como los habitantes de las antiguas ciudades dependían de su rey o su emperador (…). Pero, a diferencia de ellos, nosotros no mantenemos ninguna relación directa con aquellos que nos alimentan, aparte de cuando nuestro dinero entra en la caja registradora.
Pág. 159
Sí, dependemos de ellos. Alimentar a una ciudad es un enorme esfuerzo logístico. A lo largo del libro se desgranan las razones y se ve con claridad por qué los centros comerciales y las grandes superficies están a las afueras. De la misma manera, y relacionado con esto, se aprecia claramente por qué cada vez es más complicado comprar en lugares céntricos de las ciudades.
Es interesante leer sobre los «desiertos de alimentos», otro aspecto ampliamente cubierto en el libro. Para intuir lo que son piensa en el centro de una ciudad, de la tuya, o de la región en la que vives, y observa si hay algún lugar en el que sea complicado adquirir alimentos frescos a menos que utilices el coche para ir a otro lugar.
Ahí lo tienes.
Nos sacan fuera porque es más fácil llenar las estanterías de los productos que demandamos.
Y nosotros vamos.
Dependemos tanto o más que nuestros antepasados, con la única salvedad, como señala Carolyn Steel, de que en la actualidad no estamos en contacto con quien nos proporciona ese alimento. ¿No es esto para reflexionar?
Encontrarás que… cocinar es un acto revolucionario
Con este libro he aprendido tanto, tanto que creo que debería estudiarse en Historia Económica. A mí me hubiera encantado estudiar un libro así en la carrera.
La comida precocinada ha sido un hito importante en la historia del mundo occidental. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la incorporación de la mujer al mercado laboral, la industria alimentaria vio un enorme filón en los platos precocinados.
Esto es así porque, aunque las mujeres salieran a trabajar fuera de casa, se mantuvo intacta la presión sobre ellas en lo referente a la familia y al hogar: el modelo de esposa perfecta.
Muchas de ellas recurrían a los platos preparados para cumplir con las expectativas. Lo que he aprendido sobre marketing y publicidad en este capítulo no puedo resumirlo aquí, pero es oro puro.
Aunque lo interesante viene ahora, porque la industria alimentaria sigue teniendo un enorme mercado en los platos preparados hoy en día. Ante esto, Carolyn Steel señala:
Las consecuencias de no cocinar son mucho más graves ahora de lo que fueron hace una generación. En nuestra sociedad industrializada y urbanizada, cocinar es la única oportunidad que tenemos la mayoría de ejercer algún control sobre lo que comemos, con todo lo que eso significa.
Pág. 290
¿Sabes por qué? Porque en los platos precocinados y preparados no se está señalando el origen de los ingredientes que los componen.
Te pongo un ejemplo sencillo: estás preocupándote de que los huevos que compras sean de gallinas criadas en suelo y de manera respetuosa, pero si compras una tortilla envasada no tienes manera de saber de dónde proceden los huevos. A lo mejor ni siquiera son huevos de tu país y tienen un alto impacto ambiental.
Pasa igual con cualquier producto de pastelería u otro producto que puedas pensar.
En la mayoría de los casos no estamos ante marcas que señalen esos datos o que vayan a preocuparse por la procedencia de los ingredientes. Señalarán sólo aquel dato, aquella procedencia, que les aporte algo en términos de marketing. Porque la industria alimentaria tiene como objetivo ser rentable, no alimentarte bien, ni mucho menos hacerlo de manera sostenible.
No digo que no vuelvas a comprar un precocinado o un plato preparado; pero sí, cocinar en casa es de lo más revolucionario que puedes hacer ahora mismo, porque es lo único que te permite controlar la calidad y procedencia de los alimentos que consumes.
A través de estas cinco citas he querido guiarte por el libro Ciudades hambrientas, de Carolyn Steel, porque creo que es uno de esos ejemplares que merece la pena.
Sé que no todas las editoriales apuestan por libros de este tipo, así que me da mucha alegría que Capitán Swing haya editado este texto en castellano para llevarlo a más gente. ¡Gracias!
Como te decía arriba, este libro da mucho de sí. He aprendido tal cantidad de cosas que sería incapaz de hacer una lista exhaustiva. Pero te va a interesar si quieres conocer, por ejemplo:
- por qué las calles de tu localidad a veces tienen nombre de comida,
- cómo nos hemos alimentado a través de los siglos,
- cómo hemos llegado a extender el consumo de leche,
- qué hacían los romanos para abastecerse,
- qué papel tuvo el precio del trigo en la Revolución Francesa,
- por qué tenemos estas cocinas tan pequeñitas en los pisos que habitamos…
No sigo, que me enredo.
Puedes aprender más sobre la autora y el planteamiento del libro en esta entrevista.
Hay más en internet si aún quieres seguir indagando.
Y puedes buscar Ciudades hambrientas en tu biblioteca, pedírselo a algún conocido que lo tenga o comprarlo a través de mi enlace afiliado (*)
Si te animas a leerlo y luego quieres volver a esta entrada a comentarme qué te ha parecido, me encantará saber tu opinión y conversar.
Y si ya lo has leído ¡te espero ya mismo en un comentario!
He dejado para el final una última cita que quería señalar de este libro.
Creí que era muy inspiradora y que podría gustarte.
Un grupo de personas que puede marcar la diferencia en lo que se refiere a la forma en que la comida moldea las ciudades son los consumidores ordinarios: usted y yo. Nuestro dinero es lo que mueve el sistema alimentario, y nuestras decisiones sobre la comida que compramos y sobre a quién se la compramos tiene mayor influencia de la que podríamos creer.
Este artículo no es patrocinado.
Los Reyes Magos me trajeron este libro (a ellos les doy las gracias también).
Todas las opiniones son mías. Los resaltados en las citas son de mi cosecha.
Los enlaces marcados con un asterisco (*) son afiliados. Si compras el libro a través de ellos yo obtendré una pequeña comisión. Gracias por sostener este blog y mi escritura.
Cuánto he aprendido con esta entrada! Me apunto sin dudar este libro, para seguir aprendiendo. Muchísimas gracias, Irene.
Besotes!!!
¡Gracias a ti, Margari! Creo que va a gustarte… 🙂
Felicidades por el artículo, Irene.
Me has convencido, lo leeré.
Siempre aprendo con tus entradas. Un beso
¡Me alegro, Mariví! Ojalá te guste.
Un abrazo,