Apuntes de otoño

Apuntes de otoño 2020 en Recolectora

El otoño aún no ha pasado por mi barrio: el árbol que veo desde la ventana tiene todavía las hojas verdes.

El fin de semana vi un amago, un atisbo, del otoño en el que quisiera vivir eternamente. Me gusta ese ambiente, ese frío, esos olores, esos colores. Y no puedo evitarlo.

Un año más, y quizá más aún este año, estimo, me creo, quizá, se me pase más rápido que nunca esta estación que espero durante los largos meses de verano. Sí, me parece que cada vez hay más días de calor, a lo mejor son imaginaciones mías.

Si el otoño no viene a mí, yo voy al otoño. Y decido encender una vela al atardecer, o preparar una bebida con canela, o un té negro especiado, o añadir miel a la tostada. No sé por qué la miel me hace pensar en el otoño, cuando cualquiera la colocaría, más bien, en la primavera.

Y me imagino el olor de las castañas asadas, de los boniatos en la lumbre (exquisitos, si me permites la recomendación). También me imagino que hago ambientadores de naranja para la casa, pero la cuestión es que nunca me pongo a ello porque me llenan la agenda otros menesteres.

Menesteres es mucho decir, es una palabra que implica necesidad. Digamos mejor que me entretengo en otras cosas. 

Hace dos semanas apunté en mi cuaderno:

Yo llenaría todo de calabazas de otoño, y haría centros de mesa con castañas, y encendería la chimenea. Y saldría a buscar las brujas por los bosques, con la niebla persiguiéndome y el cras-cras de las hojas secas a mis pies. 

Y recuerdo aquellos años de infancia en los que, por estas fechas, salíamos fuera de casa los fines de semana, y hacía frío y se me helaba la cara, y entraba en casa para ponerme cerca de la estufa y calentarme las manos. 

Esa estufa a veces tenía castañas encima, por la noche, cuando ya habíamos cenado. Otras veces tenía una cacerola de agua con hojas de eucalipto, si estábamos en casa de mi abuela paterna. Ese olor fresco y cálido a la vez inundaba el salón, y el calor de la estufa me adormilaba.

Se me agarran los olores al cerebro y creo que no los suelto. Un olor logra evocar un momento, o cientos, que me vienen a la memoria. Luego parpadeo y me veo tecleando este texto. He vuelto al presente y no sé cómo.

Me pongo los auriculares y escucho, en bucle, horas y horas de tormenta. Me relaja.

Me reconforta pensar que el otro día hice hueco para leer al lado de la ventana, mientras una tormenta de verdad arreciaba fuera. Ese momento de otoño bien vale todos los demás en los que mi casa parece una estación cualquiera.

Asusta pensar que dentro de nada, quizá en un parpadeo, llegará el invierno, y con él esos calurosos veranillos que me ponen tan nerviosa y anticipan la calurosa primavera española, que da paso a ese largo verano del que acabamos de salir. ¿Cómo puede durar tan poco?

El punto de inflexión, para mí, son las fiestas de los Santos y los Difuntos. Me recuerda a los jueves, en los que parece que ya tienes hecha la semana, o a cuando mi abuela decía: «Bueno, pues ya se ha pasado la Nochebuena», y con eso quería decir que acababa de rodar otro año por delante de nuestras narices.

De la misma manera se pasará, llegado el momento, el otoño.

Sé que seguimos con nuestras vidas, desde hace un tiempo vivimos así y parece que ha sido así siempre: da igual la estación, como no vivimos del campo nos comportamos igual haga el tiempo que haga. Pero el mundo natural no funciona así, nunca lo ha hecho. El otoño es repliegue.

Y a veces le hago caso. Y ceno un poco antes, o me siento a escribir o a leer como si no hubiera nada más que hacer en esta vida.

¿Acaso lo hay?

Y en alguna ocasión, de esas raras que se dan de vez en cuando, me veo haciendo los planes de otoño que deseo cada día del año de cada estación cualquiera. Salvo, esta vez, pasear por el campo y ver los colores cambiantes de las hojas de los árboles. El asfalto, inmutable, no me regala esa paleta de tonos.

Tampoco podré ir en busca de esas brujas que se esconden en los bosques, al amparo de la niebla, de esa lluvia que llueve sin llover. Quizá un parque sirva, ya que en estas condiciones no tengo un campo ni un bosque a mano.

Por eso espero, con más atención si cabe, el cambio de color de las hojas del árbol que veo por la ventana.


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11 comentarios

  1. Preciosas palabras para describir el otoño, que también es mi época favorita del año. Cada verano lo espero con impaciencia y disfruto de esos días en los que de repente notas el aire más frío en la piel y ves que las hojas de los árboles se están volviendo de otro color. Cuando las infusiones con miel se vuelven una manera deliciosa de mantener el cuerpo caliente hasta que se encienda la calefacción. Y ansío levantarme por la mañana rodeada de niebla y salir a perderme notando montañas de hojas a cada paso. Poder disfrutar de esos días nublados de lluvia, donde destacan todos los colores de las hojas: verdes, amarillas, marrones, rojas, y volver a ver que el verde de la hierba ha brotado de nuevo.

    1. ¡Qué bonito, Almudena! Qué otoño tan bonito describes, me alegro de que te guste tanto como a mí y que puedas disfrutarlo tanto… 🙂

  2. En nada estaremos buscando brujas con una brujilla entre nosotras y un autentico sabueso (no podemos olvidarnos de Kiwi).
    A mi lo que más me encanta es ese primer diluvio de otoño en el que ya te puedes poner tus botas de agua por la ciudad sin parecer la rara, ese primer día de chubasquero y paraguas, me encanta.

    1. ¡Síi! Ojalá podamos buscar esas brujas pronto en tan buena compañía 🙂
      Me encanta esos de las botas de agua. Qué imagen tan bonita.

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