Incendiemos el mundo, pero de razón

Incendiemos el mundo, pero de razón

El 3 de diciembre de 2019 estuve en un encuentro con Sebastiao Salgado en el museo Reina Sofía de Madrid. La verdad es que fui porque era lo único que iba a poder disfrutar de esa COP25 que llegó a Madrid de manera tan inesperada y precipitada. Y verdaderamente lo disfruté.

Además de deleitarnos con una proyección de sus fotografías nos obsequió con una pequeña conferencia, o charla, o disertación, sobre la deforestación en la amazonía brasiñela, ese lugar que él conoce tan bien.

Me quedé impresionada por la forma en que, según nos contó, se están deforestando enormes áreas de la selva del Amazonas con la aquiescencia del gobierno del país. Con enormes máquinas que arrancan de cuajo la vegetación con procedimientos equiparables a los de la tortura medieval, para luego dejar secar esa vegetación muerta, de manera que pueda arder mejor. Arder bien.

Sí, porque efectivamente una selva húmeda como la del Amazonas no arde así como así, hay que secarla primero, hay que hacerla un enorme montón de rastrojo, y entonces prende.

No hay quien detenga a quien quiere incendiar un trozo de esa selva, porque se puede, porque hay justificación: la economía, el grial del desarrollo, permite todo.

Afortunadamente hay zonas protegidas en esa selva, y también reservas indígenas, que no arden y se respetan. Los indígenas, nos dijo, son los mejores guardianes de la tierra.

El caso sangrante de los incendios de la Amazonía se repite en todas partes del globo estacionalmente y con otros métodos. Según yo lo veo, todos esos incendios son gravísimos, aunque es innegable que la selva del Amazonas es fundamental para que yo haga lo único que tengo que hacer en mi vida, la única obligación verdadera que llevo sobre los hombros: respirar.

Cuando la opinión pública se empezó a dar cuenta de que en 2019 ya había demasiados incendios acumulados en esa zona se empezó a dar la voz de alerta a nivel mundial. Probablemente lo hizo con un problema de comunicación, anunciando aquello como «un» incendio (como un sólo incendio, me refiero).

Mucha gente que leía esas noticias minimizaba el hecho alegando que en realidad no era «un solo» incendio de tal magnitud, sino muchos incendios acumulados desde principios de 2019. En aquellos momentos recibí mensajes directos en Instagram «sacándome de mi error» por esto. La razón del descrédito de la noticia me daba escalofríos. Me corregían porque yo no estaba bien informada, no era «un» incendio, eran muchos, y no eran de ahora, eran desde enero; en resumen, esa información no era veraz, tenía que informarme mejor…

Teniendo en cuenta que, efectivamente, siempre puedo informarme mejor, yo no entendía nada.

Tampoco faltaban los que, a la vista de las imágenes que se compartían en redes sociales, mencionaban incendios pasados en nuestro país, algunos muy recientes, como el de Gran Canaria, y lamentaban que no me hiciera eco de todos y cada uno de los incendios, para no minimizar a ninguno. Tampoco entendía nada.

Mira, yo no soy experta en casi ninguna cosa, pero todo esto me parece grave. Gravísimo. Y todos los incendios (o gigaincendios) que se están declarando desde hace un par de años me parecen muy importantes, independientemente de que alguien ponga una foto sí y otra no en stories.

El tema de las repercusiones de la actualidad en las redes sociales de gente de a pie, como yo, da para mucho, pero hoy quería escribir sobre los incendios, la destrucción de nuestro mundo y el miedo.

El enorme miedo que se siente ante el fuego. Y si lo sentimos nosotros, ¿qué no sentirán todos los seres vivos que habitan un bosque o una selva, cuando se acercan las llamas?

Hace un par de años estuvimos en Galicia cuando tuvo lugar la enorme ola de incendios que asolaron esa preciosa tierra y el norte de Portugal. Digo «la» porque fue hace un par de años, pero cada año sucede lo mismo, tristemente.

Hubo un momento, de vuelta a Madrid, en que el fuego nos cortaba el paso. Nos desviaron por carreteras sin peligro.

Los arcenes y las laderas adyacentes a la carretera estaban aún ardiendo, con el calor y el olor que desprende el rescoldo de una lumbre, cuando pasábamos intentando salir de allí. Salimos, pero tuve miedo.

Igual que tuve miedo en el enorme incendio de Segura de la Sierra (Jaén) de 2017. No, yo no estaba allí, pero conozco bien esa tierra y sentía miedo y dolor por perder esa parte tan grande y bonita de monte. No se puede comparar en magnitud a nada de lo que estamos hablando, pero aún se ve la ladera quemada desde lo alto de Segura, una ladera que no ha remontado y que no se sabe cuándo remontará.

¿Qué sentirían los ciervos y los jabalíes que hay en esas montañas?

¿Qué habrán sentido todos los animales de belleza inimaginable que viven en la amazonía?

¿Qué se les pasará por la cabeza a los koalas que vimos en las fotos de Australia?

¿Y qué puede sentir, en su corteza, un árbol anclado al suelo, como todos los que hay también en Oregón, cuando percibe que la temperatura aumenta a su alrededor?

El fuego produce pavor porque es muy difícil escapar de él, se extiende como una bala y no respeta nada, más aún cuando las condiciones son las propicias.

Esas condiciones mucha gente las sabe bien. Hay que dejar que todo se seque lo máximo posible, que haya broza, que cualquier cosa pueda facilitar la combustión. También las saben muchos de los que incendian terrenos para conseguir que se recalifique el suelo y se puedan construir (más) casas, o que se pueda cultivar más y más tierra en aras de mejorar la economía. Las piras de papeles o de rollos de papel higiénico no aparecen solas en los montes, ¿verdad?

Los incendios me producen terror y me indignan al mismo tiempo, y me duelen y me siento indefensa, porque ¿cómo se va a frenar lo que ahora mismo está ardiendo? ¿Cómo vamos a conseguir eso?

El año pasado Australia ardió por los cuatro costados, se quemaron superficies de terreno que apenas puedo expresar en números, que es necesario que me traduzcan en países para que pueda, podamos, comprenderlos.

Este año se añade (sí, se añade) Estados Unidos, con zonas ardiendo tan al norte que era y me sigue pareciendo inimaginable.

Me importan todos los incendios porque esto nos atañe a todos. Estamos todos en el mismo barco, y si se quema de esta manera tan terrible cualquier parte del planeta iremos todos, poco a poco, al fondo.

Un dato importante es que a día de hoy sigue ardiendo el Amazonas porque aquello no acaba. Digo que es importante porque como los medios de comunicación deciden lo que es noticia y lo que no, a veces una tiene que hacer un esfuerzo extra por enterarse de lo que pasa.

No perdamos de vista que con este fuego perdemos todos, que como sigamos con el ritmo de vida que llevamos, con la forma de vida que llevamos y la manera de consumir que nos gastamos, este será el pan nuestro de cada día de aquí a unos años.

Yo no quiero eso, por eso hago esfuerzos por apostar por una radicalidad que, en la medida de mis posibilidades, respete lo que pienso y lo que siento acerca de la situación de este planeta. Si quieres acompañarme en este camino aquí estaré, con lo que hago bien, con lo que hago muy bien y con lo que necesito mejorar.

Te invito a hacerlo porque no creo que haya otro camino. Sinceramente, considero que no hay otra forma de encarar esto. Si bien es cierto que no se puede culpar a nada concreto de lo que está pasando en las zonas arrasadas, también es verdad que cada uno de nuestros comportamientos diarios contribuye, en mayor o menor medida, a sembrar las condiciones propicias para que esos fuegos ardan salvajes. Es, al final, una suma de cientos de aspectos cotidianos de nuestra vida.

Por eso te invito a repensar tus acciones, a dar una nueva vuelta de tuerca a todo esto, a ver si podemos incendiar el mundo de razón y de responsabilidad, a ver si nos arden las manos de echar un cable al prójimo, a ver si nos arde la cabeza cada vez que vemos algo que no tiene sentido, en lugar de que ardan decenas, cientos, miles o millones de hectáreas en cualquier lugar del mundo.

Te espero en los comentarios para conocer tus impresiones sobre este asunto. 

27 comentarios

  1. No he podido evitar emocionarme al leer este artículo, ya que ese sentimiento de miedo ante un incendio me es muy familiar.
    Afortunadamente, nunca me he visto atrapada por las llamas, pero procedo una zona (preciosa por cierto, el Valle del Tietar – Gredos) en la que los incidencios son ya una triste parte habitual de cada verano y las historias que podría contar, tanto propias como ajenas, son innumerables… Aquel incidencio que quemó unas tierras que mi abuelo solía cultivar (y la tristeza de verlas arrasadas, al fin y al cabo es un pedacito de tu casa, de tu vida), el oír un helicoptero de Junio a Septiembre y sin pensarlo buscar con la mirada desde qué parte del monte sale el humo, el temor reflejado en la cara de mi madre cuando hay un incidencio porque además le hace recordar aquél que llegó a la puerta de su casa, el sonido más horroroso que he escuchado nunca (el tañer de las campanas de la iglesia en mitad de la noche pidiendo voluntarios para sofocar las llamas que estaban quemando nuestro monte)…

    Quizás los que nos hemos criado entre estas cuatro montañas tengamos una facilidad especial para entender lo doloroso que resulta un incendio forestal, porque el monte no es (sólo) un lugar de recreo, es una extensión de tu casa. Puede que ese sea el error que cometemos como sociedad: el no ser realmente conscientes de que los bosques siempre son nuestra casa (además de la de otras muchas criaturas) y que la mayor parte de los incendios están provocados (directa o indirectamente) por nosotros… Lo más frustrante es que, al menos a mi modo de ver, si hubiera voluntad sería TAN FÁCIL evitar tanto sufrimiento…

    1. Desde luego que sí, Rebeca, sería muy fácil evitarlo.
      Ya que no nos educan (o educamos) para amar esos bosques que, como bien dices, son nuestro hogar también (algún día lo fueron, antes del asfalto) al menos protejamos lo que queda, impidamos que se les haga daño. Pero no…

      Muchas gracias por comentar con el corazón.
      Un abrazo,

  2. Da tanto miedo todos los incendios que se están produciendo últimamente. Tantos… Y provocados, que es lo que más duele. Habría que cambiar las leyes que permiten construir en terrenos que han sido incendiados, pero esto va a ser difícil, con tantos intereses económicos por medio. Siempre es el dinero…
    Besotes!!!

    1. Es cierto, Margari. Por desgracia no es raro descubrir, cuando se hurga un poco en los incendios, o en las causas por las que nadie sancionó nada, que hay rincones oscuros en quienes deberían hacer cumplir las normas.
      Lo que me duele, también, es la sinrazón, la falta de cultura y que se actúe como si no pasara nada. Como si no fuera a pasar nada… 🙁
      Gracias por pasarte por aquí a comentar.
      Un abrazo,

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