¿Es posible viajar de manera lenta y consciente cuando haces el viaje de tu vida? ¿Y cuando haces una pequeña escapada? ¿Y cuando vas de vacaciones al pueblo donde nacieron tus padres? Parece que estos viajes son muy distintos entre sí, pero en cualquiera de ellos puedes conseguir tener un viaje como el que sueñas.
Hay muchas maneras de viajar, casi tantas como personas. Cada uno de nosotros tenemos unos intereses a la hora de conocer mundo. También varían nuestras motivaciones, el tiempo y el dinero del que disponemos a la hora de viajar y, sobre todo, la forma en que encaramos un viaje.
Un viaje de negocios no se planifica de la misma forma que un viaje de placer; uno con amigos tampoco es igual que un viaje en familia, ni mucho menos. Incluso dentro de la familia puede haber viajes distintos según con quién te desplaces.
Pero si tienen que tener algo en común todos estos tipos de viajes es que deberían ser viajes conscientes e, independientemente del tiempo que pasemos en la ciudad o ciudades de destino, viajes lentos.
¿Qué es un viaje consciente?
Si tuviera que definir este concepto tan abstracto diría que viajar consciente es visitar un lugar que no es nuestro hogar con los pies sobre la tierra. Pisando fuerte, notando lo que hay bajo tus pies.
Igual que al pisar descalza un terreno notarías las piedras, el barro, las briznas de hierba, de la misma manera puedes notar todos los pequeños rasgos de un lugar, eso que le hace único e inigualable.
¿Y qué es un viaje lento?
Si tuviera que seguir con la metáfora te diría que un viaje lento es aquel que te permite sentir esas piedrecitas en los pies. No sentirías nada si pasaras de puntillas por un camino, o si pisaras sólo en las baldosas que te han colocado previamente para evitarte que te mancharas con la tierra.
¿Y si se unen las dos cosas?
Un viaje lento y consciente es más que el pisar descalza y pausadamente un camino. Surge una sinergia entre ambos conceptos que me lleva a pensar, esto es sólo mi teoría, que viajar así es también aproximarse al camino con respeto, como si estuvieras pisando tu propia tierra, con cariño y con ganas de aprender.
¿Acaso viajar no es eso? ¿Acaso no es adentrarse en un nuevo mundo para abrir la mente, para ver más allá de lo que estamos acostumbradas a ver, para quitarnos las gafas de cerca (o los calcetines blanditos) y explorar aquello que nunca antes habíamos visto?
Puede que estas preguntas que te propongo traigan a tu mente viajes a lugares lejanos y exóticos, a hermosas aventuras en lugares a los que quizá no vuelvas, porque fue un viaje de una vez, o porque aún queda mucho mundo por ver… Pero no sólo me refiero a eso. Hay viajes hermosos, conscientes y lentos a muchos menos kilómetros de los que tu mente piensa.
Puedes hacer una escapada consciente y lenta aunque apenas pases un par de noches en un lugar. Sí, obviamente lo conocerías mejor si pasaras un mes allí, pero el tiempo que permanezcas en la ciudad de destino no es lo que hace lento, o consciente, tu viaje. No. Es tu actitud.
¿Y qué tiene de malo el turismo?
La actitud, igual que es fundamental ante la vida, es importantísima en un viaje. Es la que va a definir qué es lo que vas a hacer con los días que pases en destino.
¿Quieres pisar fuerte en el lugar que visitas? ¿Quieres conocerlo? ¿Quieres saber lo que pasa, cómo está todo, incluso a nivel social, qué es lo que se come (de verdad), cómo se vive?
¿O quieres pasar de puntillas por el camino? ¿O ir por las baldosas que previamente te han colocado ahí? Puedes llegar a hacerlo si viajas conociendo sólo aquello que se señala en los mapas, comiendo lo que se sirve en masa (pasa en todas partes) o haciendo fotos como si luego fueras a verlas todas…
No tengo nada en contra de los turistas, y en respuesta a la pregunta que planteaba arriba diré que, a priori, ser turista no tiene nada de malo. Pero personalmente prefiero ser viajera. No sólo me gusta más el término, sino que creo que me define mejor y es más adecuado para hablar de consciencia y de lentitud mientas se conoce un sitio nuevo.
Reconozco que hay lugares en los que es complicado ser viajera porque, por muchos y variados motivos, los itinerarios están más acotados y planificados. Se trata de casos en los que no dominas bien el idioma local o en los que es complicado moverte por tu cuenta si no eres del lugar. Aquí, obviamente, sí que hablo de grandes viajes. En esos casos también será tu actitud la que te haga ser viajera, y no turista. Sí, eso es fundamental.
Pilares de un viaje lento y consciente
Pero voy al grano, porque el tema de este artículo, y lo que venía a contarte, era cómo viajar lento y consciente. En este artículo hay recomendaciones variadas, no sólo relacionadas con la ecología y el medio ambiente, porque muchas veces es imprescindible atender al «cuida de todos» del que a veces hablo en este blog, incluso cuando viajas.
Estos son los pilares que considero importantes para viajar lento y consciente:
#1. El respeto por el lugar que se visita.
Respetar es básico y es lo primero que debemos hacer. No hablo sólo de creencias o de costumbres de la zona, sino también de algo mucho más material: el entorno. Respeta el medio ambiente que te acoge si haces un viaje a un lugar en medio de la naturaleza, y también las ciudades que pisas.
#2. Comportarse igual que en la ciudad de origen.
Siempre me ha sorprendido mucho ver que, en ocasiones, ciertos visitantes que vienen a mi ciudad se comportan de forma muy poco adecuada cuando caminan por las calles o pasean por los parques. Me dan ganas de decirles: «querido, querida, baja de ahí, ¿acaso te subes a la estatua o a la fuente que hay en el parque de tu ciudad?»
#3. Viajar en el medio de transporte que menos impacto medioambiental tenga.
Con matices, claro, porque si quieres llegar a Tasmania a lo mejor no es posible llegar en tren… Pero una vez en la ciudad valora la posibilidad de usar el transporte colectivo o ir a pie. Yo, que vivo en una ciudad enorme, disfruto mucho en esas ciudades en las que puedo ir andando a cualquier sitio.
El medio de transporte que contamina más es el avión, con una considerable huella de carbono por cada viaje que realizamos. He encontrado formas de compensar esa contaminación a través de webs como CarbonFootprint.com. En esta página puedes calcular la huella de carbono del vuelo que vayas a hacer, lo cual ya es interesante para estar informada, pero además puedes compensarlo a través de una donación a un proyecto que equivaldría a equilibrar ese carbono emitido a la atmósfera (plantar X árboles, por ejemplo).
#4. ¡Pasar de los lugares típicos!
Una cosa son los lugares míticos y otra cosa son los típicos. A menos que estés en uno de esos viajes en los que es mejor no ir demasiado a la aventura, yo me alejaría del centro para comer todo suele bajar de precio, y además encuentras platos que la gente de la zona consume de verdad).
Así también se aprende más sobre el lugar. Un bar de los auténticos, donde acuden los locales a por su café por las mañanas, da mucho juego , ¡y sus dueños seguro que tienen conversación para rato!
#5. Un paseo, vayas donde vayas.
No te digo que no entres a los museos que hay que ver ni que no te empapes de toda la cultura que ese lugar tenga para ofrecerte (no, básicamente porque a mí me encanta y soy la primera que lo hace), pero no olvides reservarte un rato o dos para pasear, para conocer las calles de la ciudad que visitas, o los alrededores del pueblo en el que estás. Esos ratos entre callejuelas del centro, o en la periferia, ponen en contexto el resto del viaje.
Las puestas de sol, por cierto, tampoco se ven en los museos. Y son distintas en todos los lugares de la tierra.
#6. Obligatorio visitar un mercado.
Es una de las cosas que aprendí viajando con mis padres y aporta datos muy, muy interesantes sobre el lugar que estás visitando.
Realmente, cuando vas en modo turista cuesta hacerse a la idea del coste de la vida de un lugar. Tampoco comprendes bien lo que se come en realidad, porque sueles acudir a lugares que sirven comidas internacionales, de esas que nos gustan a todos por defecto. Pero entrar en un mercado es entrar en el corazón de un lugar.
Allí vas a ver lo que se compra y se vende, de qué manera se envasa, qué es lo que más gusta y cuánto cuesta el pan (o el producto básico que se consuma). Yo nunca me pierdo un mercado, y a veces tampoco me pierdo un supermercado. Y si vas en viaje más acotado siempre puedes preguntar al guía cuánto cuesta allí un producto básico, o cuál es el alimento más consumido.
#7. Mirar más, hacer menos fotos.
Las fotos son bonitos recuerdos, pero nada más. Reconozco que, aunque a mí me gusta tener fotos de los viajes, me cuesta mucho sacar la cámara… incluso la del móvil. Soy más de mirar, porque nunca se sabe si volveré a ver lo que tengo delante. ¿Te pasa lo mismo?
Tómate cualquier viaje como una oportunidad más para aprender.
No importa lo lejos o lo cerca que vayas, si vas al extranjero o al pueblo donde nacieron tus abuelos.
Abre los ojos, todo está allí para ti.
Si me permites, voy a parafrasear uno de mis aforismos preferidos sobre los actores para decir: no hay viajes pequeños, sólo viajeros pequeños.
¿Cómo se te ocurre que puedes hacer más lento un viaje?
¿Cómo opinas que deben ser los viajes conscientes?
¿Has probado alguna forma de disfrutar al máximo cualquier lugar que visitas?
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