Obsolescencia programada: hasta que el fabricante nos separe

En este momento quiero que te hagas a la idea de que tus nietos nunca verán una de las sartenes que usas cada día. Lo sé, tú has visto la de tu abuela, incluso puede que hayas cocinado en ella, pero esos tiempos han pasado. Seguro que te suena la invitada de hoy: ella es la responsable de que tampoco tu lavadora vaya a durar más de 15 años, y de que cuando compres un ordenador último modelo quien lo fabrica ya tenga tres diseños nuevos en la recámara.

Te presento a la obsolescencia programada.

Hace unas semanas Ángel, un miembro de nuestra tribu de recolectores, me enviaba este enlace: Francia aprueba castigar penalmente la obsolescencia programada. La Asamblea de diputados franceses ha aprobado que los fabricantes que establezcan una duración determinada para un producto podrán ser castigados penalmente. Los Verdes, quienes promovieron la iniciativa, argumentaban que la obsolescencia programada es un fraude y un engaño, una asimilación muy interesante y que sin duda es bastante cierta.

Esto no se queda en Francia. Según dice ese mismo artículo el pasado 17 de octubre de 2014 se celebró en la sede de la UE una mesa redonda con el objetivo de elevar esta iniciativa al territorio europeo.

Parece que la obsolescencia programada tiene miga. Así que vayamos poco a poco.

Qué es la obsolescencia programada

La obsolescencia programada se produce cuando el fabricante establece la duración de un objeto que él fabrica y nosotros consumimos.

El comienzo de esta práctica se sitúa en diciembre de 1924, cuando las tres grandes empresas fabricantes de bombillas (Osram, Phillips y General Electric) formaron un cártel para eliminar la competencia en el mercado y fijar los términos en que operarían: es lo que pasó a llamarse Cártel Phoebus.

Una de sus disposiciones era que las bombillas que se comercializaran tendrían un máximo de vida útil de 1.000 horas. Para eso fue necesario investigar y llegar a averiguar qué estándares de calidad habría que aplicar para que el filamento se rompiera llegado a ese punto.

Como ves, el tema aquí no es que las cosas se rompan, algo que va a pasar sin duda, sino que el fabricante decida en qué momento ya no servirán más y será necesario reemplazarlas. Y es eso, precisamente, lo que en Francia puede ser castigado penalmente.

En qué se traduce la obsolescencia programada

El ejemplo de las bombillas llevó a la industria a una carrera que cualquiera podría considerar extraña: en lugar de investigar para mejorar el producto, se desarrollaba de forma que su vida útil se viera limitada desde el principio. Si ves el reportaje que te recomiendo al final de esta entrada, Comprar, tirar, comprar, verás más ejemplos de estas investigaciones.

¿De qué sirve que el producto que comercializas se rompa llegado a un punto determinado? ¿No es una incongruencia investigar la forma de romperlo, en lugar de lo contrario? No, no lo es. Tiene mucho sentido a nivel empresarial, pero muy poco para el Planeta.

Algunas de las consecuencias de la obsolescencia programada son las siguientes.

  • Se mantienen los niveles de consumo. Vendiendo un producto que sabes que se romperá las empresas se aseguran de que el cliente vuelva a comprar. Vender un producto irrompible no es negocio hoy en día. En términos estrictos no creo que lo haya sido nunca, pero en otros tiempos no sólo importaba el dinero, las cosas se hacían para durar por un motivo que los empresarios de hoy en día todavía no han encontrado.
  • En lugar de utilizar los recursos del planeta para fabricar productos duraderos se investiga para consumir, tirar y volver a consumir (hay más información en el vídeo que te recomiendo, ¡de verdad tienes que verlo!). Esto quiere decir que se usan continuamente recursos productivos para seguir fabricando cosas que seguirán estropeándose intencionadamente. ¿Esto tiene algún sentido?
  • El propósito de muchos objetos es que acaben en la basura cuanto antes para que el consumidor vuelva a comprar. ¿Es eso sostenible o razonable?
  • La obsolescencia programada llena nuestros vertederos de basura que en muchos casos es de difícil recuperación. ¿Te has preguntado, por ejemplo, dónde acaban tus electrodomésticos? ¿O los componentes informáticos? ¿O los teléfonos móviles que deshechas?
  • Se persigue en lo posible anular el negocio de las reparaciones de aparatos mediante la regla de la rentabilidad: si llegado un punto, el arreglo cuesta tanto o más que un aparato nuevo, el averiado se deshecha. Seguro que alguna vez has oído a alguien recomendarte comprar  un DVD nuevo o una impresora porque si lo reparas te sale más caro el collar que el galgo. O quizá te hayas planteado  para qué cambiar la tapa de unos zapatos de tacón si por muy poco dinero puedes tener unos nuevos. Esta es la sociedad en que vivimos actualmente.
  • Tampoco se fabrican piezas de recambio en muchos casos, o son muy difíciles de localizar. Sí, la caída de la reparación de electrodomésticos no ha venido sola. Muchas veces los fabricantes ya no proveen de piezas para reparar. Simplemente no se fabrican, no es posible arreglar ciertos aparatos aunque quieras. Así que sales de la tienda de arreglos y vas derecho al centro comercial donde compras otra televisión, u otra tostadora, o lo que sea que ya tengas que tirar a la basura.

¿Nos están tomando el pelo?

Mi respuesta a esta pregunta es sí y no, las dos a la vez.

Sí, porque al vendernos artículos obsoletos nos engañan. Precisamente esta es la asimilación que hacen los Verdes en Francia: vender un producto obsoleto es un fraude.  A veces me imagino a un señor con sombrero que se ríe cuando me ve hacer mis compras porque he mordido el anzuelo: ha pasado meses o años diseñando un producto que no servirá para mucho, que enseguida hará que vuelva a él a comprar más. Él ha ganado en esta jugada.

Por otra parte no, porque tenemos mucha información y podemos conocer lo que sucede. Siempre digo que el primer paso para cambiar algo es conocerlo, informarse, leer sobre ello, tener una opinión crítica. En el momento en que como consumidores conocemos lo que está pasando no podemos decir que nos están engañando, y entra en juego nuestra responsabilidad para hacer unas compras u otras, para tirar y volver a comprar, o para cuidar y utilizar lo máximo posible.

Un paso más: la obsolescencia psicológica

Hasta aquí llega la mano del fabricante. Si él decide que la lavadora no lavará más y que no se puede arreglar, a menos que tengamos algo más que herramientas y buenos conocimientos técnicos no hay mucho que podamos hacer.

Pero está surgiendo una nueva batalla en la que sí tenemos parte: la obsolescencia psicológica. Esta sucede cuando es el propio consumidor el que decide que el aparato ya no le sirve más y que va a cambiarlo. Estamos hablando sobre todo de productos tecnológicos que enseguida están obsoletos porque salen productos nuevos al mercado: ordenadores, teléfonos móviles, tabletas, etc.

Esta vez el producto funciona perfectamente, pero por desgracia hay otro mejor en la tienda y el que tenemos ya no es un último modelo, ya no nos gusta y queremos el que tiene un par de funciones más. Un ejemplo de esto es la corta vida (si se compara con otro invento como el microondas) que han tenido los reproductores Mp3, abandonados en pocos años porque el teléfono móvil incluye, entre otras funciones, la reproducción de audio.

El humano caprichoso no se para a pensar en nada ni en nadie cuando consume de esta manera, y adquiere el último aparato con alegría porque vuelve a estar en la onda y los demás le mirarán con admiración. Y mientras tanto el señor con sombrero vuelve a reírse: él tenía preparada esa nueva versión del aparato desde hace tres versiones.

Qué podemos hacer

Si has llegado hasta aquí alégrate, porque es cuando empieza lo bueno. Entiendo que te sientas un poco desmoralizado. La verdad duele y esta verdad es bastante gorda.

Si te digo la verdad, entiendo perfectamente que las empresas quieran que los consumidores vuelvan a comprar. Es lógico, cualquiera que sepa un poco de economía lo puede decir con tranquilidad, y es así como se mantiene económicamente una sociedad. No obstante hay ciertos límites que tenemos que respetar para no perder el norte. Hay cosas intolerables que no podemos consentir que nos impongan, y cosas horribles que no podemos consentirnos a nosotros mismos.

Como bien sabes siempre hay algo que se puede hacer, por pequeño que sea, y los que estamos en este lugar creemos que entre todos podemos cambiar las cosas. Así que ponte manos a la obra.

  • Investiga, consulta, aprende y fórmate una opinión sobre esto. Ya sabes, como siempre.
  • Lee las etiquetas de todo lo que compres, conoce dónde lo fabrican, incluso quiénes lo fabrican y lo comercializan después. Conocer a las empresas y sus prácticas nunca viene mal.
  • Utiliza tus aparatos lo máximo posible. No los deseches sin más cambiándolos por uno «mejor» en cuanto sale el último modelo.
  • Sé consecuente con tus necesidades a la hora de adquirir más tecnología. Si no vas a usar el aparato, o tus necesidades quedan cubiertas con lo que tienes, no lo compres.
  • Utiliza correctamente los electrodomésticos, durarán más tiempo.
  • En la medida de lo posible compra calidad frente a cantidad. Esto aplica a muchos objetos cotidianos: sartenes, zapatos, lámparas, etc.
  • Cuando tires un aparato llévalo al Punto Limpio. Ahí se gestionan mejor los residuos, cada uno en su lugar.
  • No compres a quien no te asegura una pieza de recambio en un momento dado: siempre que tengas esta información antes de hacer tu compra, evita adquirir ese producto.
  • Repara siempre que puedas.

(*) RECOMENDADO:

Documental: Comprar, tirar, comprar, de Cosima Dannoritzer, 2010. Dura algo más de una hora, pero merece la pena. Si tienes poco tiempo y quieres verlo sustituye una serie o una película por este reportaje.

4 comentarios

  1. Me guardo el documental para verlo bien el fin de semana, que seguro que me voy a sorprender con más de una cosa. Y qué bien se lo han montado! Es casi imposible salir de esta rueda que tan bien han creado.
    Besotes!!!

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