Interesante pregunta…
Yo misma me la hago cada día. Me debato entre hacer todo lo que tengo que hacer, hacer todo lo que puedo, hacer todo lo que quiero, y hacerlo todo de todo. Suelo decantarme por la última opción y el resultado, como seguro que te imaginas, es desastroso.
¿Te suena esta historia?
Hacer todo lo que tengo que hacer
E, inevitablemente, no llegar a todo. Esta es la causa de muchos de mis desastres y eso me causa frustración. Me comparo con gente que hace mil cosas y veo que yo no hago ni la mitad, y compararse es terrible y muy malo para la salud. Todas (y todos) lo sabemos.
También hay quien me compara con ellos cuando tenían mi edad y concluyen que ellos hacían mucho más que yo, que tenían muchas más responsabilidades y que se quejaban mucho menos. En estas situaciones me descargo un poco: sigo frustrada pero al menos no soy yo quien se ha comparado con nadie.
Otras veces no quiero llegar a todo y eso me hace sentirme mala persona (¿qué clase de persona no quiere hacer esto o lo otro, o lo de más allá?).
Según he ido aprendiendo con los años de carreras por Madrid esto puede deberse a que, las mujeres en concreto, tenemos el gen de la culpa muy desarrollado. No quiero ofender a nadie con estas palabras pero creo que es una realidad que cualquiera de vosotras que me leéis podréis corroborar.
Hacer todo lo que puedo hacer…
… y ver con lástima que nunca es suficiente.
Porque lo de poder es un término muy subjetivo. Seguro que ya te has dado cuenta de que:
- Podrías quedarte a trabajar hasta las diez de la noche y el trabajo no se acabaría;
- Podrías seguir escribiendo pasadas las doce para publicar la entrada y dormir menos;
- Podrías madrugar más para que te diera tiempo a hacer más cosas;
- Podrías seguir corriendo hasta que, literalmente, las piernas no te sostuvieran en lugar de pararte un poco antes;
- Podrías, directamente, dejar de hacer alguna cosa que te gusta para PODER hacer alguna de las cosas que tienes que hacer (esta frase viene seguida, siempre, o casi siempre por la coletilla «lo que pasa es que te falta voluntad»).
Y la lista seguiría infinitamente.
Hacer todo lo que puedes hacer, como sabrás, es algo muy poco preciso. ¿Hasta dónde puedes? ¿Quién decide si puedes o no puedes seguir? Espero que tú, espero que yo, pero siempre hay alguien que considera que hubiéramos podido hacer un poco más…
Hacer lo que quiero hacer
He aquí la cuestión, he aquí la madre de todas las cuestiones. Estoy de acuerdo en que no siempre es posible hacer lo que una quiere: hay veces que hay que hacer ciertas cosas sin pararse a pensar si queremos hacerlas o no.
Pero, ¿qué pasa cuando miro la agenda y lo que veo es un 90% de cosas que no quiero hacer? ¿Es eso normal?
Una noche, no hace muchas, me acosté con unas ganas terribles de pintar con acuarelas. No sé de dónde me vinieron esas ganas porque no soy una chica que haya pintado mucho nunca, me expreso mejor con la palabra que con las formas y los colores, y no pinto una acuarela desde niña… La cuestión es que me decía a mí misma: me levantaría ahora mismo de la cama para pintar con acuarelas porque me apetece de verdad. Pero me acosté como era debido para levantarme al día siguiente y hacer lo que tenía que hacer.
Y para no elegir, ni quedar mal con nadie, acabo haciendo todo de todo: lo que tengo que hacer, lo que puedo hacer y lo que quiero hacer. Todo con resultados mediocres, obviamente, porque nada es eterno, ni mi fuerzas ni mis ganas.
El límite
Hoy en día es difícil de creer pero todo tiene un límite. Todo y todos, si me apuras. Parece que todo es infinito, que nada se gasta nunca, pero no es así. Cada uno de nosotros tenemos un momento en el que ya no llegamos a más. Por más que te empeñes en añadir tareas a la lista de cosas pendientes, por más que no duermas o que sacrifiques tiempos de ocio para trabajar, habrás comprobado que hay veces que no puedes hacer más… He ahí tu límite.
Yo sé donde está el mío: yo sé dónde está el punto en el que la goma elástica está tan tensa que va a romperse. Y mi cuerpo me lo anuncia. Yo sé dónde me duele cada vez que tengo que parar. Te lo aseguro, es así. Y en cuanto noto ese dolor sé que es un aviso, sé que algo estoy haciendo mal y que tengo que descansar y dedicarme más tiempo.
¿Sabes tú cuál es tu límite? Quizá sea una migraña, un dolor en la rodilla, en la garganta, a veces es una afonía… cada uno tenemos el nuestro.
Yo soy afortunada porque desde hace unos años sé cuándo parar, pero aún así sigo exigiéndome un esfuerzo más, algo extra para que no parezca que me rindo muy pronto. ¡Pues sí que escucho bien!
La gestión sostenible del tiempo
Sería estupendo que te dijera ahora mismo cómo gestionar tu tiempo de forma eficaz, cómo organizarte, cómo ser más productiva para que tu cuerpo nunca tenga que avisarte de nada y tengas tiempos de trabajo y descanso, de obligaciones y de ocio, como corresponde.
Ojalá tuviera un truco infalible para poder contarte; o al menos uno que fallara sólo un poco. Pero no lo tengo.
Mi concepto de la gestión sostenible del tiempo se basa más bien en hacer sólo aquello que soy capaz de hacer y parar cuando no puedo seguir, como el viernes pasado, que tras una semana más bien corta de trabajo me di cuenta de que me temblaban las piernas y no podía levantarme del sillón porque me encontraba agotada.
A veces esto tiene consecuencias, porque gestionar el tiempo de una forma sostenible, y no como si fuera un chicle infinito no es algo bonito. A veces hay que decir NO a un plan, o a una quedada en la otra punta de ciudad. Es más, casi siempre hay que decir no a cosas que nos gustan, porque no podemos dejar de hacer nuestras obligaciones.
Pero yo me inclino por pensar que puedo gestionar mi agenda de una forma más racional y sostenible, entendiendo esto de la siguiente forma: que siempre pueda sostenerme en pie, que nunca acabe extenuada. Puede que pienses que en esta frase el verbo «sostener» se sujeta con alfileres y que apenas tiene sentido, pero dime una cosa:
[Tweet «Si no te tienes en pie, ¿qué vas a poder hacer por el mundo? @ire_recolectora»]
Desde hace un tiempo yo intento gestionar mi tiempo de una manera que se pueda sostener. He dejado de hacer malabares para ser realista y, sólo por si te ayuda, porque este es un camino muy personal, voy a contarte alguna de las cosas que me han ayudado a mí a la hora de organizarme:
- Sé que no tengo el don de la ubicuidad. Parece una obviedad, pero no lo es. Saber que no puedo estar en dos sitios a la vez me ahorra muchas carreras. Hace años podría haber intentado estar en dos sitios al mismo tiempo, acudiendo primero a uno, saliendo antes de allí y llegando tarde al otro. Ahora elijo…
- Sé que tengo que renunciar a algunas cosas. Sé que me pierdo quedadas, que me pierdo cenas, que tendrán que contarme en diferido alguna batallita. Pero lo asumo, porque a veces simplemente no se puede estar en un cierto lugar.
- He aprendido qué es lo que me gusta hacer con mi tiempo libre. Hay quienes tienen un día de descanso y no entran en casa, pero a mí me pasa lo contrario: necesito estar dentro de casa, al menos un poco, porque ya doy muchos tumbos durante la semana. Cada uno necesitamos relajarnos como más nos gusta y como más provechoso nos resulta y es bueno saberlo para no tener falsas expectativas sobre uno mismo. Hace algunos años yo hubiera pensado: fíjate qué sosa eres, que podrías estar de fiesta este sábado. Pero ahora pienso: necesito este tiempo para descansar y reponerme, y me gusta emplearlo de esta forma.
- Estoy intentando retomar (con mucho esfuerzo, todo hay que decirlo) los 50 minutos para mí que me planteé hace tiempo. Me cuesta horrores invertirlos en algo de provecho porque a veces estoy tan cansada que simplemente miro al infinito, pero voy paso a paso.
- Por último, pero no menos importante, tengo muy clara la hora a la que necesito acostarme. De acuerdo, no es una hora para amantes de los locales de moda y los cócteles de media noche, pero es la hora a la que yo necesito estar acostada para poder ser persona al día siguiente. Puede que no sea cool pero me funciona, y soy muy feliz así.
De esta forma es como intento llevar mi agenda lo mejor posible, sin que me amargue la vida.
Leyendo todo esto que he escrito me da la sensación de que no he sido muy amable, ni con mi pobre agenda ni conmigo. Lo cierto, para serte totalmente sincera, es que escribo esto en medio de uno de esos momentos de la vida en que sé que necesito parar. De todas formas espero haberte ayudado si estás en el mismo momento que yo.
Cuéntame:
¿Cómo haces para poder conciliar todo en tu vida?
¿Haces malabares para llegar a todo?
¿Tienes alguna forma de encarar la gestión del tiempo que quieras compartir con nosotros? (no te cortes, todo ayuda).
Gracias por tu artículo. A muchos/as les parecerá una obviedad pero raramente sabemos tomarnos ese tiempo de descanso para parar, relajarnos, pensar sin prisas ni agobios, encontrar prioridades y, en ocasiones, renunciar a protectors que podrían ser útiles para nuestra proyeccción professional.
Pero es necesario hacerlo como tu dices y no sentirse culpable por ello. Opino lo mismo que tu y, justamente, hace tres meses me permití in cierto parón para «reenfocar» mi vida.
Porque tengo la leve intuición (será la crisis de los 30?) de que nos pasamos la vida perseguiendo un éxito profesional o vital y no nos damos cuenta que com mucho menos somos capaces de conseguir la felicidad. Porque perseguiendo la «vida» que nos imponen se nos escapa la vida que nos me recelós sin culpabilidades.
Te sigo leyendo…
Un abrazo!!?
¡Hola Elvira! Muchas gracias por dejar tu comentario.
Esa «vida» que nos imponen, como bien dices, a veces nos da más quebraderos de cabeza que nada en este mundo, ¿verdad? Me alegro de que hicieras ese parón para poner las cosas en su sitio y espero que te sirviera.
Un abrazo,
Cómo te entiendo Irene!
Me siento una malabarista del tiempo, a veces en una cuerda tan floja que me caigo.
Pero lo importante es ser consciente y poner límites, el mio este mes será apagar toda la tecnología antes de las 12.
Nada es tan importante, nada es tan urgente. Gracias por recordarnoslo.
Anabel.
¡Hola Azul Bereber! Me alegro de que tengas una meta clara y fija, creo que ese es, sin duda, el camino. Porque nos pueden decir que hagamos esto o lo otro para mejorar nuestro descanso o nuestra salud, pero nosotras mismas somos las que mejor sabemos lo que nos conviene. Si en tu caso es apagar los aparatos antes de las 12 toda mejora bienvenida sea. ¡Mucha suerte! (seguro que lo consigues)
Un abrazo, 🙂
Con el tiempo realmente no tengo mucho problema, por desgracia. Hasta hace poco he estado parada y ahora casi lo estoy. Digo casi porque tengo un trabajo parcial por horas. Así que se puede decir que tengo tiempo para mis cosas… Digo se puede decir, porque claro, las hipotéticas mañanas libres son para la casa, la comida, las compras… Pero bueno, siempre se logra sacar un ratito para una. Aunque sí, a veces se olvida de sacar ese ratito, entre tantas cosas como se quiere hacer. Y en mi caso es la migraña la que me avisa y me hace parar. Y antes era más dura y no tomaba pastillas y me quedaba un rato a oscuras en el dormitorio hasta que pasaba. Ahora con una niña es más difícil hacerlo. Que siempre hay prisas. Que siempre hay un horario que cumplir. Así que pastillitas y a seguir. Se renuncia a cosas… Muchas. Porque no hay tiempo para todo. Y porque hay que compartir el tiempo con los tuyos.
Besotes!!!
¡Gracias por compartir todo es con nosotros, Margari! Ya me imagino que lo de «no trabajar» en nuestro caso de mujeres no es tal cosa… porque se trabaja en la casa, y tu caso no iba a ser distinto.
Compartimos la migraña como aviso 😉 (yo tengo alguno más por ahí, pero ese es el más gordo)
Veo que para ti el compartir con los tuyos te hace olvidarte de aquello a lo que renuncias, y no es una mala enseñanza…
Un abrazo, 😉
Bueno yo ya no gestiono el tiempo. Es decir, establezco objetivos que esté segura de poder cumplir. Primero porque quiero hacerlos y segundo porque no se alargan en horas más de lo necesario. Y si ocurre asumo que puedo hacer dos cosas, quedarme un poco más si realmente puedo y quiero soportarlo; o parar sin culpa ninguna.
Claro, suena idílico pero no lo es. Después de tantos años exigiéndome la perfección, la sensación de culpa al principio era mayor. Pero poco a poco le voy ganando terreno.
Por otro lado están las cosas que tengo que hacer. Con esas lo que me ayuda primero es asegurarme de que son realmente necesarias. Si no directamente no las hago. Y segundo no me como la cabeza pensando en que no quiero hacerlo o que coñazo es estar gastando mi tiempo en eso. Pienso que si apareció en mi camino es porque tiene que estar ahí y lo mejor es quitármela de encima cuanto antes. Eso sí, si veo que al final se extiende más de lo esperado me obligo a tomarme un buen descanso después. Descansos que al principio no disfrutaba del todo porque siempre tenía la cabeza en «las otras cosas que tengo pendientes» pero que ahora disfruto mucho porque he comprobado lo bien que me sientan para retomar lo demás.
Bueno, creo que me he ido un poco por las ramas jejeje. Pero me gustó mucho tu artículo y sentí muchas ganas por compartirte mi «manera».
Un abrazo Irene.
¡Hola Nazaret! Me ha encantado tu forma de ver este tema. Lo de encarar objetivos que estés segura de poder cumplir me ha gustado mucho. Y sobre lo de pensar lo rollo que es hacer ciertas tareas, es totalmente contraproducente. Lo he sufrido en mis carnes muchas veces; el pensar: «no quiero, no quiero»… y al final no lo hago pero sigue ocupando espacio en mi cabeza… Así que muchas gracias por compartir tu forma de verlo aquí, a partir de ahora pensaré que si está en mi camino es que algo hay, y lo haré y punto.
¡Mil gracias por tu comentario! Un abrazo,