Hay momentos en los que una no sabe bien por qué se ha metido en esto de la vida sostenible. Digamos, mejor, que siempre lo sé (y me lo recuerdo con frecuencia), pero algunas veces no hago las cosas tan bien como me gustaría.
Me encantaría contarte en este artículo que en el momento en que me despedí de mis padres para las vacaciones todo fue ‘sin residuo’, y ecológico, y muy sostenible, pero no ha sido así. Unas cosas me han salido mejor, otras peor, pero todo lo que he hecho lo he hecho con amor y eligiendo siempre la mejor opción, o la que yo he considerado que era tal cosa.
Pero en vez de quedarme de pie mirando lo que no he hecho, o lo que aún no me ha dado tiempo a hacer bien, prefiero mirar todo aquello que sí que he podido hacer a mi gusto (sostenible, para que me entiendas) y voy a comentarlo contigo, porque creo que podemos aprender algo de todo esto.
Son 5 enseñanzas que he sacado en apenas unos días de vacaciones y que surgen de la vida diaria. Como verás, no es necesario vivir apartado de todo, o en un entorno privilegiado, para aprender a cuidar el planeta un poco más cada día.
A veces la propia vida nos va poniendo enseñanzas en el camino.
#1 – Aquella vez que recogí globos de la arena de la playa
Últimamente cuando voy a la playa en invierno me encuentro recogiendo basura de la arena. En verano no pasa, en verano la arena está limpia, pero en invierno no, y cuando podemos recogemos lo que deja la marea, o… lo que dejan humanos sin corazón.
El otro día encontramos en la orilla los restos de una fiesta. Globos de colores, restos de ellos, esparcidos por la arena como adornos de un pastel. Algunos lejos del punto de partida, como si el viento ya los hubiese desperdigado.
Los recogimos para tirarlos en el contenedor, teniendo claro que esos restos de globos no harán bien estén donde estén, pero sabiendo que en la orilla del mar harán más daño que en otros lugares.
La moraleja del cuento esta vez no es para mi, aunque suene algo soberbio decirlo: entiendo que ya hemos aprendido a llevar con nosotros una bolsa cuando salimos al campo, para dejarlo todo como estaba. Ahora es el momento de pensar en global y asimilar campo, playa, piscina, sitio al aire libre, monte, camping o claro del bosque. Todo es lo mismo. Parece sencillo. Pero veo, no obstante, que a veces hace falta recordarlo.
Para más ideas sobre esto puedes leer el artículo que escribí hace años: Salir a comer al campo – 4 ideas para un entorno limpio. Quien dice comer dice hacer una fiesta, o lo que se tercie.
Edito mi propio artículo antes de publicarlo porque tengo que añadir que, aparte de la basura «normal» que se ve en la playa cuando paseas (si es que «normal» es una palabra adecuada), y a parte de esos globos que te contaba antes, tuvimos el enorme honor de quitar de la orilla dos bandejas de corcho blanco de pescadería y un neumático de coche. Esto no quiere decir necesariamente que alguien haya tirado eso a la playa directamente, pero debe hacernos pensar qué estamos tirando al mar, porque quizá esos objetos hayan sido arrastrados por las corrientes desde un lugar muy lejano.
#2 – Cuando insistí en un ‘sin bolsa, por favor’
Siempre digo que hay que hablar con la gente que nos vende productos, que es fundamental para comprar con menos bolsas y con menos residuos. Hablar es una de las bases de este movimiento, así que con muchas ganas de charla le dije a la panadera que si podía ponerme el pan en mi bolsa, por favor.
– ¡Claro! – me dijo ella, muy amable.
Cogió el pan, lo metió en la bolsa de papel y lo colocó cuidadosamente en mi bolsa de tela.
A veces no llevo esa bolsa, la verdad hay que decirla siempre. Pero esa vez sí porque iba a propósito a la panadería, así que la buena intención (infructuosa) de la panadera me pilló desprevenida…
La moraleja: hay que insistir más, si no es a la primera, que sea a la segunda.
Al día siguiente dije:
– Puedes ponerme el pan aquí, en esta bolsa, directamente, aquí mismo.
Mucho mejor. Y ella tampoco tuvo ningún problema.
#3 – Cuando vi que la Naturaleza pudo con el cemento
Muchas veces he visto una florecita salir entre las baldosas en plena calle, desafiando al cemento, al asfalto, al calor, a las pisadas, y decir algo así como ‘yo estaba aquí primero, aunque echasteis cemento encima’.
Pero pocas veces he visto algo tan grandioso como un árbol crecido sobre un muro que, la verdad, no sé si fue construido antes o después de que el árbol naciera, pero ha sido conquistado por la naturaleza.
Lo que recuerdo mirando esta foto es que venimos del verde, no de nada gris, y que todo lo que hemos construido (que nos es tan útil, no digo yo que no) es prestado; lo hemos edificado en territorio prestado. Creo que es interesante que no me olvide nunca de esto, y quizá por eso puedo decir lo que te decía arriba: que sé perfectamente por qué me metí en esto de la vida sostenible.
#4 – Los dulces de siempre, mejor con menos residuos
Probar monas de pascua de varios tipos ha sido entretenido, y muy rico. Al menos sé, para años posteriores, que las que nos gustan son las del huevo natural, cocido en el horno. Probamos las de huevo de chocolate, que estaban buenas, pero nos surgían dudas sobre la forma en que ese chocolate no se derretía en el horno (supongo que habrá secretos de pasteleros de por medio). Por no hablar de que el huevo viene envuelto en aluminio. Más dudas…
Cuando probamos la de huevo cocido supimos que esa esa la nuestra… Muchos menos envases, cocidas sobre papel de horno, como magdalenas, y con la cáscara de huevo biodegradable.
¡Definitivamente esa ha sido nuestra favorita!
#5 – Una escuela pequeña se pone en marcha en educación ambiental
Lo vimos de pasada, mientras comprábamos una de esas monas de pascua de las que te hablaba antes. Carteles hechos por niños, en la puerta del comercio (de ese, y de otros) dando consejos a los compradores para llevar una vida sostenible.
‘Recicle las botellas y los envases’
‘Lleve sus propias bolsas a la tienda’
Alguno que otro más vimos a lo largo del paseo. Fue en Ròtova (Valencia), y lo digo porque las cosas buenas hay que decirlas, igual que decimos las malas. Y me gustó, porque en alguna ocasión he hablado aquí sobre educación ambiental, y sobre quién tiene que educar en respeto al medio ambiente, y aunque creo que en la familia tiene que haber una importante carga educativa al respecto, la escuela no puede pasarlo por alto.
Al verlo en varios comercios de la zona supusimos, aunque la verdad es que es un suponer, que se trataba de una iniciativa del colegio de la zona. Hacer esos carteles ayuda a los niños a saber nociones básicas de ecología y de sostenibilidad, y exponerlos en los comercios les recompensa por su esfuerzo. Creo que ha sido una magnífica iniciativa, haya venido o no del centro escolar.
Muchas veces nos sentimos a la cola de lo sostenible porque nuestra vida es «normal» o porque no tenemos grandes revelaciones a la sombra de un árbol centenario.
Pero la vida diaria también puede darnos sorpresas y ayudarnos a ver sostenibilidad por todas partes.
Cuéntame:
¿has aprendido algo sobre vida sostenible en los últimos días?
¿Qué fue eso, aparentemente tan sencillo, que te hizo aprender, o darte cuenta de algo?
La vida misma nos va enseñando. Y si sabemos observar y apreciar bien todo lo que nos rodea, más vamos aprendiendo. Cuidar la playa o el campo cuando hemos ido es algo que mis padres siempre me han inculcado. Nunca hemos dejado nada, todo recogido, todo limpio. Y a veces hasta hemos limpiado las cosas que dejan otros. Porque si queremos disfrutarlas, hay que cuidarlas siempre.
Besotes!!!
¡Hola, Margari! Cuánta razón tienes. Muchas veces los que somos sensibles a los temas medioambientales vamos limpiando lo que otros dejan… Yo lo hago con amor, y creo que no me cansaré nunca, pero qué bonito sería que a todos nos lo enseñaran nuestros padres para que cada uno hiciera un poco.
Un abrazo 🙂