Esta es una serie de entradas más personales y distendidas que estoy haciendo durante los meses de julio y agosto. Si no has leído los capítulos anteriores puedes ponerte al día aquí.
El pasado fin de semana tuve que pasarlo en casa por necesidad. Me encontraba agotada por el calor, los eventos de la semana anterior y el trabajo de cada día, así que decidí que no había plan mejor que cuidarme un poco, que es algo que nunca viene mal pero que siempre se me olvida.
Pero como no puedo estar quieta mucho tiempo (bueno, corrijo, sí que puedo, pero ya sabes que han cometido el tremendo error de enseñarnos que eso está mal) decidí que era un buen momento para poner orden en mi habitación.
Sé que estas cosas se hacen en primavera, o en cualquier otro momento, no a principios de agosto, pero lo necesitaba, lo necesitaba de verdad.
Cuando quiero emprender una tarea grande yo necesito tiempo
Necesito tiempo en blanco, varios días, al menos los dos del fin de semana. Necesito sentir esa amplitud de saber que no tengo que madrugar al día siguiente, esa libertad de poder dejar a medias algo gordo porque mañana continúo.
No soy del tipo de personas que fragmentan tareas. No es que no me guste, es que no me sale. Soy de las que, ya que se pone, y para no perder más tiempo otro día, lo hago todo de golpe. Por eso necesitaba un poco de tiempo para dedicarle a mi habitación.
Lo estaba posponiendo desde hacía meses, pero llegó el momento de comenzar la limpieza
Con limpieza me refiero a limpieza de cosas, de objetos, de trastos, de chismes… Había llegado a un punto en el que no podía escribir en el escritorio de todo lo que tenía encima. Sé que todas esas cosas afectan a mi forma de enfrentarme a la vida, y por qué no, también a mi escritura, a este blog, a mi propio equilibro interior…
No soy muy dada a poner orden, suelo vivir en una especie de pequeño caos creativo, pero esta vez era distinto. Ya me has oído hablar del terremoto que ha sido mi mes de julio, y eso se ha notado también en mi habitación. Sé que el desorden y el cúmulo de cosas se estaban manifestando en mí. Eso se nota, se percibe. No es lo mismo entrar a dormir en un habitación que te inspira calma a entrar en una que hace que te subas por las paredes. Nada que ver.
Así que emprendí la tarea.
Yo quería seguir el método de Marie Kondo
Marie Kondo es una japonesa que ha revolucionado el mundo del orden y de la organización de las casas con su libro La magia del orden. Ataca el tema desde una perspectiva minimalista y llegué a ella por recomendación de mi amiga Irene, que se había leído el libro y estaba emocionada, y de Mamen, de Universo Flow, que habla del método y de su experiencia en su web (abajo te dejo los enlaces para que te inspires tú también).
La cuestión es que me di cuenta de que no disponía del tiempo para seguirlo, porque Marie Kondo dice que se haga toda la casa de un tirón, aunque sea en varios días; tampoco tenía el valor para seguirlo a rajatabla porque suena duro desprenderse de todo lo que no necesitamos o, más bien, desprendernos de aquello que creemos que necesitamos pero a lo que en realidad estamos apegados sin razón.
Al final hice un pequeño mix como mejor pude y me deshice de muchas cosas que no necesito, o que no uso y de otras tantas que ya no servían. De esa forma parece que mi habitación tiene otra cara.
Pero hubo una cosa que me llamó mucho la atención
No encontré nada que pudiera regalar a alguien para que lo aprovechara, nada que pudiera servirle a otra persona… Cierto que no toqué el armario, eso lo hago en otros momentos y por temporadas (y ya me abruma bastante) pero imaginé que podría ser así, que podría haber algo que que yo no quisiera pero que alguien pudiera usar.
No, lo que ya no cabía en mi habitación no tenía ninguna utilidad, pero lo estaba guardando como si sí la tuviera, como si estuviese esperando el remoto momento en que eso volviera a servirme de algo. Ya sabes a lo que me refiero: bolígrafos que ya no escriben, billetes de tren de hace años, papeles por todas partes, publicidad, revistas, souvenirs que, de verdad, no tienen utilidad ninguna…
Según te lo cuento me parece que mi habitación estaba hecha un desastre, y lo estaba, no digo yo que no, pero no me da vergüenza contártelo así porque seguro que te reconoces en alguna de estas cosas que a mí me pasan.
Y entonces llegó a mi mente la gran paradoja
Es curioso todo lo que he llegado a tener en mi habitación incluso haciendo un consumo consciente, incluso llevando años comprando prácticamente lo que necesito. Es cierto que alguna vez compro cosas que no me hacen falta, pero mira qué curioso: hace tantos años que no me compro un pintalabios que ni me acuerdo, pero el hecho es que tengo unos diez.
¿Cómo he llegado hasta aquí?
Y lo que más me asombra: ¿qué pasaría si yo no comprara como lo hago? ¿Qué pasaría si me dejara llevar por el consumismo en lugar de repensar cada compra o cada objeto?
No sé si a ti te pasa lo mismo, si has llegado a ese punto de tener que ordenar sí o sí, o si tienes la fuerza de voluntad para tener todo recogido casi siempre, pero si necesitas dar un vuelco a tu casa tómate un día o dos y pon en marcha el método de Marie Kondo. Aunque hagas una variante o aunque no lo lleves a rajatabla, seguro que el resultado te encanta.
Inspiración:
- Puedes leer la experiencia de Mamen, de Universo Flow, en su post sobre el libro de Marie Kondo, La Magia del Orden.
- O si lo prefieres puedes ver el vídeo en el que te explica todo con detalle.